martes, 11 de junio de 2019

10. Educadores Salesianes

Aunque la iglesia no deja de ser la multinacional más rentable del mundo, el carisma salesiano y el proyecto de Don Bosco atrae a personas con vocación de servicio y calidad humana, personas que aman sus profesiones y les apasiona enseñar, muchas veces desde la línea filosófica liberal he inclusive sin tocar temas religiosos, haciendo práctico el lema “buenes cristianes y honrades ciudadanes”, por ello esos educadores del ciclo básico del Colegio Don Bosco dejaron huella en Juan y merecen un episodio. 

La primera maestra que conoció en la etapa colegial de Juan fue Norma Yánez, la que recibió a esos asustados niños en su primer día de colegio, tutora en 8vo y 10mo curso, animadora del club ecológico,  consejera y paño de lágrimas cuando Juan tenía que abandonar sus actividades extracurriculares por prohibición de su padre (Cap. 2 Ep. 5) y ante su deplorable aprovechamiento académico. 

Irina Luarini, una maestra pequeña en estatura y gigante en conocimiento, apasionada en temas sociales e históricos. Extrovertida, altruista, feminista, animadora del club de periodismo, arriesgada y luchadora por sus convicciones. Inolvidable el viaje al Cajas que se mensiono en el episodio anterior donde un muchacho tenía los estragos al cambio de clima conocido como “soroche” y ella le compartió una hierba medicinal muy efectiva, a pesar de chismes y críticas destructivas de parte de otres educadores, ella sabía bien lo que hacía y su bondadosa entrega a sus jóvenes. Sus enseñanzas no se limitaban a un salón de clase. 

Ya se ha mencionado a Víctor Iza,  el animador del grupo misionero Siloé, guía espiritual y consejero en esos temas que en ese entorno cultural conservador se supone  que se hablan entre hombres, para las personas que no teníamos un padre con quien hacerlo, Víctor fue ese confidente y guía sin juzgar, a pesar de ser profesor de religión, tenía muy claro la labor liberadora de un seguidor de un tal Jesús. Juan lo recuerda con mucho cariño por su apoyo en esos primeros pasos misioneros en la clandestinidad. 

Roberto Enríquez era un joven artista, encargado de la educación musical y de dirigir a grupos musicales juveniles, muy elegante, cauteloso, organizado, y mano derecha de Víctor, Si con esa descripción ya se imaginarán que despertaba toda clase de fantasías en Juan, por supuesto que lamentablemente quedaría en eso fantasías. 

Nancy Villacis una matemática admirable, pero sobre todo con gran instinto maternal, otra consejera, siempre  presente junto a Juan desde aquel primer envío misionero, en cada envío Juan pedía su bendición como la imagen de Irma, su difunta madre. 

Pablo Patiño era otro profesor de religión, de descendencia indígena, ex monje, ex miembro de ballet Jachihua, animador del grupo de danza folclórica del colegio, tenía cierta misteriosa y discreta diversidad,  la más detallada descripción de lo que Juan aspiraba ser en un futuro. 

Había una profesora cuyo nombre me lo reservo, en la reprimida y conservadora mente de Juan llegó a juzgarle, pero con los años entendió y compartió cierta atracción por los jóvenes, por supuesto siempre con consentimiento. 

Por último estaba Judith Gavilanes, profesora de inglés con espíritu de monja, instructora de monaguillos y formaba parte de la familia García, de los más antiguos colaboradores de la parroquia Don Bosco. 

Esas grandes personas se convirtieron en la familia de Juan durante su adolescencia, con los que compartía hasta 12 horas al día, como diría Jesús “mi madre y mis hermanes son la gente que comparte mis luchas y mis ideales”. 



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